lunes, 7 de abril de 2014

Muros invisibles

    Crecí entre muros invisibles. Tengo cinco hermanas, cada una tenía su responsabilidad en la familia. La mía era el almacén con la condición de ir y volver; nunca llegar a la otra esquina. Las prohibiciones generan las intrigas más grandes y se transforman en un motor que funciona a curiosidad. Cuando pude no pedir permiso, quise cruzar esos muros invisibles. La calle seguía, se terminaba el asfalto y todo era de tierra, las veredas y la calle. Las casitas se iban amontonando, una encima de la otra, cada vez más pegadas. Me parecieron menos confortables que las de tres cuadras antes, con diferencia de materiales, pero muy lindas.
     Pienso que en esos años creía que sabía más, estaba llena de convicciones y certezas. Ahora no sé por dónde empezar a explicar lo que pinto.
     La idea de ciudad que tenía cuando volvía a Argentina hace dieciséis años ha ido cambiando ¿Fueron los años, los hijos, el trabajo? Creo que también he ido cambiando yo.
     Trato de entender la ciudad y quienes la habitamos. La veo como una manifestación de nuestras creencias, de nuestros pensamientos, hasta de los más inconscientes.
     No creo que haya un plan universal de urbanización.
     Trato de aceptar la ciudad posible y conformada. Atrapada adentro de las vidas que la van diseñando sin pensarla, sin posibilidades de elegirla. Tal vez no respetan ni conocen el proyecto de quienes la planearon, tal vez no les interesa, ni resuelve el problema de inmediato.
     Seguramente no hemos podido entender el proyecto de ciudad, menos todavía explicarlo. Los muros invisibles siguen levantados.

                                                                                                   Paula Revigliono.
                                                                                                   Febrero del 2014                                            

No hay comentarios:

Publicar un comentario